Washington, 17 may (EFE).- En el recién estrenado drama político “The Diplomat”, de Netflix, una empleada le pregunta al esposo de la nueva embajadora de Estados Unidos en el Reino Unido, Kate Wyler, que cuándo llegarán a Londres las obras de arte del matrimonio para decorar la residencia oficial, pero su repuesta la deja estupefacta.
“Kate es una funcionaria de carrera, no un nombramiento político”, le explica Hal Wyler. A diferencia de su antecesor, quien logró el cargo de embajador por haber aportado dos millones de dólares a la campaña electoral del presidente, lo que ella tiene es “experiencia en zonas de conflicto, no obras de arte”, añade el marido.
La escena, que parece una simple anécdota, refleja una tónica habitual tras las bambalinas del poder en Washington.
Cerca del 30 % de las embajadas de Estados Unidos no están dirigidas por diplomáticos de carrera, sino por los llamados nombramientos políticos, que son amigos personales del presidente de turno, ex altos funcionarios o, en su mayoría, acaudalados donantes de la campaña presidencial.
“Son personas que ayudaron al presidente a resultar electo y su premio es ser nombrado con el título de embajador”, explica a EFE Dennis Jett, un reputado diplomático estadounidense de carrera que ha servido como embajador en Mozambique y en Perú.
Los nombramientos políticos monopolizan las jugosas embajadas en capitales europeas como Londres, París, Roma o Madrid, así como buena parte de las del Caribe.
En cambio, la mayoría de embajadas en Asia Central, África o América Latina están a cargo de diplomáticos de carrera, personas que pasan décadas ascendiendo en los rangos de la Administración para lograr un puesto de embajador.
Muchos países tienen algunos embajadores sin experiencia en política exterior, pero no es habitual que se den a cambio de dinero.
“Es un caso único el de un país que vende el título de embajador. Ningún país tiene un sistema donde hay un mercado. Para ser embajador en Londres, se habla de millones de dólares”, cuenta el embajador Jett, también autor del libro “American Ambassadors”.
Apenas la semana pasada, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, nominó a Jack Markell, exgobernador de Delaware (estado donde el mandatario tiene su residencia privada), como embajador en Italia, un cargo vacante desde 2021, tras meses de rumores de que nadie había pagado el alto precio que cuesta ir a Roma.
Biden ha nominado hasta ahora a 175 embajadores, el 38 % de los cuales han sido nombramientos políticos y el 62 % restante diplomáticos de carrera, según datos de la Asociación del Servicio Exterior Estadounidense.
Por ahora, está por debajo de las cifras de su antecesor, el republicano Donald Trump (2017-2021), que colocó a políticos en el 44 % de las embajadas; pero por encima de las cifras de Barack Obama (30 %) y de George W. Bush (32 %).
El único requisito que establece la Constitución es que los embajadores nominados por el presidente pasen por la aprobación del Senado, que jamás ha rechazado un nombramiento y como mucho retrasa la votación para forzar al mandatario a reconsiderar su decisión.
Más allá de eso, no define criterios de elegibilidad, lo que ha derivado en todo tipo de escándalos y anécdotas.
En 1971, la campaña de reelección de Richard Nixon pidió una donación de 250.000 dólares a Ruth Farkas, esposa del dueño de unos grandes almacenes, a cambio de nombrarla embajadora en Costa Rica, pero ella lo rechazó al afirmar que era “demasiado dinero para un país como Costa Rica”.
Tras las elecciones y a cambio de 300.000 dólares, Farkas fue nombrada embajadora en Luxemburgo, cargo que ejerció durante tres años con discretas fiestas y sin opinar públicamente de política, recoge la prensa de la época.
Para acabar con estos abusos, el Congreso aprobó en 1980 la Ley del Servicio Exterior que impone el profesionalismo y la meritocracia como requisitos para acceder al cargo de embajador, pero no ha impedido que muchos puestos queden en manos de grandes donantes y que se sigan desencadenando polémicas.
El empresario George Tsunis fue nominado en 2014 por Obama como embajador en Noruega, pero desistió de su intento tras el revuelo generado al demostrar una total ignorancia del país nórdico. Tsunis es hoy embajador de Biden en Grecia.
Quién sí logró su ratificación a la primera fue el embajador de Trump ante la Unión Europea Gordon Sondland, un magnate hotelero que según la prensa local habría donado un millón de dólares al comité especial que organizó la investidura del republicano.
“Es una forma de corrupción que aceptamos porque forma parte del juego del sistema. Se necesitan 2.000 millones de dólares hoy para montar una campaña presidencial. Cualquier maniobra para atraer fondos, aunque sea ilegal, es una parte del juego”, cuenta Jett.
Los defensores de este sistema creen que los embajadores políticos cercanos al presidente tienen mayor acceso para hacer contactos en el país de destino, pero los detractores remarcan que tienen las cosas más fácil porque son enviados a países sin problemas en la relación bilateral.
La protagonista de “The Diplomat”, una experimentada diplomática bregada en Oriente Medio, debe demostrar ahora cómo se desempeña en la capital británica, una ciudad nada acostumbrada a recibir embajadores que no sean de la “socialité” estadounidense.