Ciudad de México, 27 ene (EFE).- Pese al fin de la colonia española en Latinoamérica en el siglo XIX, la conquista de los pueblos persiste y se ha perpetuado hacia un “genocidio infinito”, lo que buscó explorar la argentina Gabriela Cabezón en su libro ‘Las niñas del naranjel’, según dijo la autora a EFE.
“Con esta novela, entre otras cosas, buscaba explorar todo ese genocidio infinito que fue la conquista, el cual sigue y, además, saber cómo funciona y por qué no se acabó con la colonia”, explicó en la escritora.
Cabezón señaló que, a su parecer, la conquista no terminó cuando los insurgentes expulsaron a España y nacieron los Estados latinoamericanos pues sólo apareció una nueva forma de ser “una colonia”.
“Entonces los movimientos populares intentaron romper con eso muchas veces y, actualmente, tenemos que seguir en esa lucha, somos el continente más desigual, en el que el exterminio de los pueblos originarios parece como si mataran moscas, somos el continente del saqueo, destrozan nuestra tierra, envenenan nuestra agua”, lamentó.
‘Las niñas del naranjel’ recupera la autobiografía de una mujer que en el año 1600 se escapó de un convento, se volvió hombre y vino a América a ser soldado conquistador.
La ficción ubica a Catalina (o Antonio) de Erauso en la selva misionera.
Con su relato se entrelaza la historia de la conquista y de un genocidio que nunca se reparó, se reitera y estalla como crisis ecológica.
Para la también ambientalista, abordar estos temas en la literatura es imaginar “una realidad distinta” y abstraerse de uno mismo.
“Nos aleja de lo inmediato, pero de un modo que hace que volvamos a lo inmediato con la cabeza más abierta y más dispuestos a aceptar que no hay un solo modo de pensar”, aseveró.
Un desafío
Cabezón, considerada una de las figuras más prominentes de la literatura latinoamericana contemporánea, dijo que esta novela representó un desafío al intentar encontrarle “la música” al texto.
“Tiene muchas voces, incluso diversas lenguas y diversas aproximaciones al castellano, no hay un castellano rioplatense, uno más neutro, uno que es una especie de parodia del Siglo de Oro, y encontrar esa música fue un desafío importante”, apuntó.
Sin embargo, la mezcla de diálogos en lengua euskera, latín, guaraní y castellano hacen una “música” que la autora describe como “una cosa medio orgiástica, medio erótica”.
La también periodista reconoció que, aunque ahora ya no son tan masivas las lenguas que utiliza en su libro, ahora los jóvenes están dándole un uso “novedoso” a la lengua, por lo que considera que debe permitirse que siga moviéndose este tipo de lenguaje.
“Dejemos que las lenguas vayan galopando para donde quieran y gusten, sin que nadie las frene. Van a cambiar más y eso es una hermosura”, consideró.
Finalmente, consideró que su novela muestra cómo se puede abandonar la cosmovisión occidental tan impersonal.
“Es una cosmovisión de muerte, de concebir a la humanidad como algo separado al resto de la vida, a la tierra como un recurso, a los otros como algo exterminable, saqueable, usable, matable, no humano”, dijo.
“Al fin y al cabo nos está llevando a todos al abismo del cambio climático y a la posible desaparición de las formas más complejas de vida del planeta”, agregó.
Por eso, el personaje principal, detalló, sale de ahí y muestra que eso es algo que sería “algo bueno”
“Antonio sale de ahí y a mi me gustaría que pudiéramos salir a tiempo nosotros, porque lo que nos está haciendo que no podamos salir es esa visión que nos tiene idiotas con los teléfonos, consumir como tarados, eso nos hace daño”, concluyó.