Nueva York, 8 ago (EFE).- Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel, el señor de la droga que lideró durante una década el peligroso Clan del Golfo y sembró el terror en Colombia para regar el mundo con toneladas de cocaína, pasará los próximos 45 años entre rejas en Estados Unidos, país el principal destinatario de su empresa criminal.
Otoniel, de 51 años, que admitió haber introducido casi 97 toneladas de cocaína procedentes de México y Centroamérica en EE.UU., ha sido descrito por sus autoridades como un “narcoterrorista” comparable a Pablo Escobar, el exlíder del Cartel de Medellín, tanto por su poder como por la violencia con la que lo ejercía.
La jueza Dora Irizarry, en un tribunal federal de Nueva York, le impuso este martes la sentencia más dura pedida por la Fiscalía por los tres cargos de narcotráfico de los que se declaró culpable el pasado enero, y que le evitaron un juicio con jurado.
Los delitos asumidos por el excapo colombiano han sido liderar una organización criminal, conspiración marítima para la introducción de narcóticos en EE.UU. y conspiración para la distribución de narcóticos; conceptos traducidos en la práctica en un “reinado sangriento” en Colombia y otros países.
No en vano, fue durante años el narcotraficante más buscado de Colombia, donde el Gobierno lo calificó de “símbolo del mal” y se le imputa una larga lista de crímenes, desde homicidios y uso de menores para delinquir hasta porte de armas y abuso sexual de mujeres y menores.
CURRÍCULO CRIMINAL
Úsuga comenzó su carrera criminal en 1989, a los 18 años, con la guerrilla del Ejército Popular de Liberación (ELP), de extrema izquierda, y tras la firma de paz de esa organización en 1991 con el gobierno de César Gaviria, entró en las Autodefensas Unidas de Colombia, un grupo paramilitar de extrema derecha, donde se involucró en el narco.
Según indicó a la jueza Irizarry cuando se declaró culpable, en 2005 se desmovilizó e intentó reinsertarse en la sociedad, pero “debido al conflicto interno y a la situación de seguridad”, dijo, terminó uniéndose tres años después a las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), como también se conoce al Clan del Golfo.
Tras la captura del entonces dirigente Rendón Herrera, alias Don Mario, en 2009, Otoniel avanzó en rango y, en 2012, muerto su hermano Juan de Dios Úsuga en un operativo policial, quedó al mando de la organización durante cerca de una década, hasta que fue capturado en las montañas de Antioquia.
El Clan del Golfo, uno de los principales distribuidores de cocaína del mundo, usa tácticas militares y armas para ejercer el poder en sus territorios, mantiene su control mediante sicarios y se financia cobrando una tarifa por cada kilogramo de cocaína que se fabrica, almacena y transporta en sus dominios, según la Justicia de EE.UU.
Las autoridades colombianas dieron cuenta de la magnitud de la operación dirigida por Otoniel tras su detención en 2021: “Tenía capacidad de traficar unas 20 toneladas de cocaína por mes”, indica un comunicado.
LA VIOLENCIA EN EL ADN
Además de un reguero de cocaína, Otoniel dejó un reguero de muertos durante su carrera delictiva: policías, militares, narcotraficantes, paramilitares, testigos potenciales y civiles.
En el documento de imputación de EE.UU., a donde fue trasladado en 2022 con un acuerdo que le eximía de cadena perpetua, ya que esta pena no existe en Colombia, se citan algunos de los sórdidos métodos que utilizó el excapo para sembrar el terror.
Otoniel instruyó a los miembros del Clan a cometer actos de extrema violencia, como torturas y asesinatos, contra rivales, traidores y familiares de estos, e impuso “paros” a los negocios y a la circulación de los residentes en regiones de su territorio, con la orden de ejecutar a quien desobedeciera.
Los miembros del grupo, que llegaron a ser unos 6.000, impusieron también bajo su mando campañas contra los agentes de las fuerzas del orden en las que usaban armas militares como granadas y rifles de asalto para disuadirles de su labor y silenciar a testigos.
Antes que Otoniel cayeron 22 familiares suyos, tres de ellos muertos y el resto en manos de las autoridades, todos contribuyentes de un imperio de la droga que, pese a todo, sigue activo y presente en casi una treintena de países en cuatro continentes, según la Policía colombiana.