Washington, 29 ago (EFE).- Mahnaz Akbari sabe lo que es romper barreras: De pequeña quería ser piloto, soldado o neurocirujana, y acabó convirtiéndose en la comandante del único pelotón militar femenino de Afganistán hasta que la ascensión de los talibanes le obligó a huir a EE.UU., donde espera un asilo que no llega.
Ataviada con atuendo afgano, Akbari recibe a EFE en su apartamento en las afueras de Washington DC, donde vive con dos sobrinas tras haber salido de Afganistán junto con las tropas estadounidenses hace ahora dos años.
Rodeada de fotos, libros y alfombras, esta mujer, de 37 años, recuerda con voz suave sus peripecias y transmite tranquilidad, lo que le ayudó a ser la elegida para liderar el Pelotón Táctico Femenino de Afganistán, un grupo que llegó a tener hasta 60 mujeres y que durante años colaboró con los soldados de EE.UU.
Akbari nació en un campo de refugiados en Irán, a donde sus padres escaparon tras la ocupación soviética de Afganistán. Allí permanecieron hasta 2011, cuando decidieron regresar a su país, diez años después de la invasión de las fuerzas estadounidenses por los atentados del 11S.
En aquel entonces, “entendimos que (Afganistán) era un lugar seguro y que se permitía las mujeres ir a la escuela, que había libertad, democracia… Y resolvimos volver”, narra Akbari.
Ella era profesora de caligrafía, pero al ver la situación del país quiso unirse a las Fuerzas Armadas, pese a que “culturalmente” mucha gente no consideraba “apropiado” que una mujer trabajara como soldado y que tuviera que pasar meses fuera junto a militares varones estadounidenses y afganos.
Una amiga policía le ayudó a alistarse y, tras recibir entrenamiento en el campamento Escorpión de EE.UU. en Kabul, comenzó a participar en misiones.
Solía participar en redadas nocturnas en casas de los talibanes y de grupos terroristas para obtener información de inteligencia de sus esposas e hijos.
Al principio, los soldados afganos dudaban de que una mujer pudiera llevar a cabo este tipo de operaciones, pero al cabo de un par de años “entendieron” que no podían desarrollar su labor sin ellas, gracias a los valiosos datos de inteligencia que obtenían sobre posibles objetivos de los talibanes y la ubicación de sus arsenales de armas.
Muchas mujeres del pelotón tenían que ocultar cuál era su trabajo a la gente de su entorno.
Algunas “tenían que mentir a su familia, vecinos…, y les decían ‘soy profesora o estoy trabajando en una guardería”, rememora Akbari.
Aun así, a fin de cuentas, las familias les respaldaban, porque cada vez que regresaban a su unidad tenían que llevar un papel firmado por un tutor masculino, como un hermano o un padre, expresando su conformidad.
A lo largo de todos los años que estuvo en el pelotón sí hay una misión que se le quedó grabada en la memoria a Akbari. Fue una en la que irrumpieron después de la medianoche en una casa en una región remota de Afganistán, donde había un anciano, varias mujeres y niños, muy asustados.
Había una chica “de unos 13 o 14 años” de edad que se le quedó mirando fijamente y le preguntó: “¿Eres una mujer?”.
“Y yo le dije ‘sí, soy una mujer’, ella lo supo por mi voz y mi velo, porque era de noche y yo llevaba un casco, la visión nocturna era difícil”, indica Akbari, quien describe la “sorpresa” que supuso para la adolescente, dado que en zonas lejanas del país no se permite a las mujeres ni ir al colegio.
Era la primera vez que la joven veía a una mujer en uniforme militar y le pidió que le diera alguna pertenencia suya para guardarla de recuerdo: “Lo voy a guardar toda mi vida”, le dijo la chica a la comandante.
Akbari le dio una horquilla.
“Puede que sea gracioso o interesante para la gente -reflexiona-, pero yo siempre digo que no, no es ni gracioso ni interesante, hay dolor detrás, porque significa que incluso viviendo en el siglo XXI hay mujeres en muchos países como Afganistán a las que no se les permite ir al colegio y no saben sus derechos”, lamenta.
La ahora exmilitar no sabe qué habrá sido de aquella chica, aunque es consciente de que es posible que haya tenido hijos, “muchos” hijos. “Pero estoy segura de que les contará esta historia para que a lo mejor tengan un futuro mejor”.
El presente, de momento, no es esperanzador ni para Afganistán ni para sus mujeres desde que los talibanes se hicieran con el control del país en agosto de 2021. Akbari abandonó Afganistán el 17 de ese mes, dos días después de que los radicales tomaran Kabul, junto con muchos compatriotas que habían colaborado con EE.UU.
Antes de partir, se encargó de que sus compañeras de filas pudieran salir de forma segura. Akbari llegó a buscar a sus colegas en medio de la oscuridad y el gran caos en las inmediaciones del aeropuerto de la capital con una linterna y a hombros de un soldado de EE.UU.: 43 acabaron siendo evacuadas.
Finalmente logró viajar y ahora reside cerca de Washington, trabajando para una ONG, pero su futuro es incierto: como muchos de los afganos evacuados, tiene permiso para quedarse dos años más a la espera de que se resuelva su proceso de asilo, que puede extenderse durante largo tiempo.