Washington, 21 ago (EFE).- Jess, Lauren y Sasha están muy preocupados. La semana pasada escucharon disparos de entre unos árboles a un par de calles de sus casas. El otro día, hubo un robo de un vehículo un poco más allá. El miedo se ha apoderado de estos vecinos que coinciden con la misma idea: esto antes no pasaba.
Woodridge es un barrio residencial en el noreste de Washington DC, de calles arboladas y casas familiares con pequeñas parcelas de césped donde la tranquilidad se ha visto quebrantada en el último año, según denuncian sus residentes.
DELITOS AL ALZA
Los datos les dan la razón. Entre la Casa Blanca, el Capitolio y los organismos internacionales se esconde una de las ciudades más violentas de EE.UU., con unos índices de criminalidad que no dejan de aumentar y que han obligado a las autoridades a imponer un toque de queda nocturno para menores de edad.
Solo en lo que va de año, los delitos violentos en la capital de Estados Unidos se han disparado un 38 % respecto al año pasado, con aumentos significativos de robos (63 %) y de abusos sexuales (16 %).
Especialmente preocupantes son los 166 homicidios ocurridos desde enero, un aumento del 27 %, ya que de seguir esta tendencia se batirá el récord de las últimas dos décadas.
Las estadísticas oficiales todavía no contabilizan a Kevin McDowell, la última de las víctimas, un hombre de 34 años asesinado de un disparo el sábado por la noche en el noreste de la capital.
El mes pasado le tocó a Nasrat Ahmad Yar, un refugiado afgano de 31 años que había trabajado para el Ejército estadounidense en Afganistán. Recibió un balazo mientras conducía.
PREOCUPACIÓN VECINAL
“Ha habido un aumento de la delincuencia en el último año y medio”, cuenta a EFE Jess, un vecino de Woodridge preocupado porque últimamente hay personas que disparan al aire en un parque al lado de su casa.
Él es uno de los cuarenta vecinos que se han reunido una tarde de verano en una esquina del barrio con un concejal y dos agentes para hablar de seguridad.
Han acudido personas de todas las edades, algunas con sus hijos, para denunciar diferentes preocupaciones: “A mi marido le robaron el coche”. “Mi calle es muy oscura de noche y tengo miedo”. “No recibí el SMS de alerta cuando hubo el último tiroteo”…
Pero todas sus demandas coinciden: más policías, más cámaras y más iluminación de noche.
Lauren, una de las vecinas, reflexiona sobre las causas del deterioro de la seguridad y se le ocurren varias ideas, como que la salud mental ha empeorado por la pandemia de covid-19, han proliferado las armas o faltan oportunidades para los jóvenes.
“No sé muy bien cuál es la causa. Lo que sí sé es que mis vecinos y yo vivíamos en un barrio pacífico pero ahora tenemos miedo y no queremos tener miedo”, explica a EFE.
Consciente del malestar social, la alcaldesa de Washington DC, la demócrata Muriel Bowser, anunció medidas para atajar la espiral de violencia en una rueda de prensa la semana pasada que tuvo que ser interrumpida brevemente para informar de un tiroteo que finalmente no pasó a mayores.
Además de prometer un aumento de la presencia policial y de cámaras de vigilancia, el Gobierno local impuso un toque de queda nocturno para menores de 17 años, ya que muchos de los detenidos por la violencia son adolescentes.
JÓVENES DESAMPARADOS Y MUCHAS ARMAS
Sasha Francis, otra vecina de Woodridge, fue víctima de la delincuencia juvenil cuando menores de edad le rompieron los cristales del coche para robarle. “Eran niños, casi no llegaban a la ventanilla”, explica a EFE.
Tras esa experiencia, esta mujer tiene claro que hay que atender los problemas de los jóvenes y propone expandir las escuelas técnicas donde puedan aprender oficios. “Si los atendemos, haremos más difícil que cometan delitos”, reivindica.
Hay quien va más allá. Algunos políticos y comentaristas locales hablan de “zona de guerra” e incluso han pedido a la alcaldesa que solicite al Gobierno federal el despliegue de la Guardia Nacional en la ciudad.
Esta es una medida que ya se planteó a principios de la década de 1990, cuando Washington sufría una crisis de violencia todavía peor, espoleada por la epidemia de crack, con casi 500 homicidios anuales.
Para el expolicía Roy Taylor el problema actual se origina por el fácil acceso a las armas, la crisis de drogadicción que ha generado el fentanilo y el insuficiente número de policías en Washington, que cuenta con 3.200 agentes locales.
“Que la gente siga la Segunda Enmienda – que blinda el derecho a portar armas- no es un problema. El problema es que las armas se usen para cometer delitos. Debería castigarse más duramente el uso de armas para disparar a gente”, opina el hoy experto en seguridad pública.
En la capital del poder estadounidense, donde se toman decisiones que impactan al resto del mundo, han sido incautadas casi 2.000 armas en lo que va de año.
Eduard Ribas i Admetlla