Nueva York, 10 ago (EFE).- Existen pocas comunidades inmigrantes en Nueva York que hayan tenido un crecimiento más espectacular que la dominicana, que actualmente suma 892.000 personas, una cifra impresionante cuando se piensa en que los habitantes de la isla caribeña son 11,1 millones y su “diáspora” son tres millones.
“Somos ya el 10 % de la ciudad de Nueva York, y vamos para el 11 %”, dice a EFE el cónsul dominicano Eligio Jáquez en su oficina junto a Times Square, en medio del incesante trasiego de un consulado donde cada día acuden miles de personas para realizar todo tipo de trámites.
La pujanza de la comunidad dominicana, que en diez años ha crecido un 30 %, se puede medir de muchas maneras: 3.200 policías neoyorquinos son de origen dominicano, así como 249 directores de escuelas públicas, 24 jueces, o seis concejales de la poderosa Alcaldía neoyorquina, todo ello en el sector público.
Aún más llamativa es su presencia y actividad en el sector privado: 52.000 taxistas, 20.000 bodegas repartidas por toda la ciudad, 542 supermercados, cientos de peluquerías… Los dominicanos son, de lejos, la comunidad latina más activa y más visible de la ciudad, más incluso que los boricuas de larga data o los mexicanos, últimos en llegar con fuerza a Nueva York.
PREFERENCIA NACIONAL
El cónsul Jáquez subraya el apego de los dominicanos a su identidad, y pone varios ejemplos fácilmente comprobables: el béisbol (deporte nacional) o la música de bachata, merengue o denbow son omnipresentes los fines de semana en todos los parques públicos del norte de Manhattan, donde familias enteras comparten parrillas interminables mientras suenan a toda máquina Juan Luis Guerra o Tokischa, según los gustos.
Esta zona de la ciudad situada en el extremo norte de la isla se conoce como “Little Dominican Republic”, pero a diferencia del “Little Italy” -donde lo único italiano son los restaurantes-, aquí uno puede creerse que se encuentra en pleno Santo Domingo si no fuera por las palmeras ausentes.
Al caer la tarde y desde que llega la primavera, los vecinos sacan a la calle mesas y sillas y se ponen a jugar al dominó, dando a todo el barrio un aire inequívocamente latino.
“La verdad, aquí podemos ‘vivir en dominicano’ -comenta Yeison, un peluquero de 45 años-: tenemos nuestros supermercados, nuestros bares y restaurantes, nuestros médicos y dentistas, nuestros abogados… hasta el United Palace (histórica sala de conciertos del norte de Manhattan) es nuestro”, bromea.
Yeison es peluquero en un salón del Upper West Side, donde todos los trabajadores -hombres y mujeres- son también dominicanos. Muy cerca de allí, un supermercado de la cadena KeyFoods presenta la misma particularidad: todas las cajeras, carniceros y encargados son dominicanos.
Aunque sea delicado hablar de “discriminación positiva” en una ciudad tan atenta a estas cuestiones, es evidente que la gerencia de los negocios privilegian a los compatriotas. El cónsul lo explica así: según él, la preferencia nacional se explica porque los dominicanos muestran perseverancia en el trabajo y apego a su propia identidad, que no pierden aun tras el paso de los años.
Para muestra, detalla el caso de las remesas: de los 3 millones de dominicanos en el exterior, más de la mitad (1,6 millones) mandaron el año pasado 9.800 millones de dólares a sus familiares en el país, lo que supuso un 9 % del PIB del país.
EL ESPALDARAZO DE ABINADER
No es casual que el propio presidente del país, Luis Abinader, haya querido tener un gesto con los dominicanos de Nueva York, y el domingo 13 de agosto asistirá al multitudinario Desfile Dominicano que discurrirá durante varias horas por la Sexta Avenida.
Abinader, muy probable candidato a la reelección, sabe que en esta enorme comunidad neoyorquina de compatriotas, se puede jugar muchos votos, por lo que compartirá protagonismo con la cantante urbana Nati Natasha, reina del desfile.
Algún día Abinader tal vez cuente, como su predecesor Juan Pablo Duarte, con una calle con su nombre en Nueva York. Calles “dominicanas” las hay dedicadas a peloteros, periodistas, cantantes y activistas políticos.
O la calle Juan Rodríguez, el famoso dominicano que fue el primer inmigrante de la historia de Nueva York: huido en 1613 de un barco mercante holandés, donde probablemente era cautivo en las galeras, fue el primer “extranjero” que conoció a los nativos Lenape, antes de la llegada de los hombres blancos.
Pocos pueden presumir de tener una presencia de cuatro siglos en la Gran Manzana. Los dominicanos, sí.