Miami, 12 jul (EFE).- El respetado escritor mexicano Gustavo Sainz falleció en 2015 aquejado de Alzheimer y sin haber terminado una novela que seguramente hubiera quedado inconclusa e inédita de no ser por su afición a escribir al alimón, en este caso con la estadounidense Laura Rojas Herman.
“La jamás inocencia”,que acaba de publicar la floridana Editorial La Pereza, es el tercer y último experimento de escritura “a cuatro patas” de Sainz, dice a EFE Rojas Herman, quien recuerda que su amigo y mentor prefería esta expresión a la de “cuatro manos”.
Es una obra póstuma, aunque solo a medias, que los dos empezaron a escribir en el año 2008, recuerda la autora estadounidense, que escribe en español desde los 12 años a pesar de no tener raíces hispanas (Laura Rojas Herman es un seudónimo).
“Encontré en el español la oportunidad de explorar un mundo emocional al que no tenía acceso en inglés”, dice la escritora y psicóloga clínica en una entrevista telefónica.
De niña y en el contexto familiar en el que vivía, “el inglés representaba el silencio”, subraya.
UNA SEMANA EN LA VIDA DE UN PADRE Y UNA HIJA
La escritora, que tiene publicada una novela anterior, cuenta que conoció a Sainz (1940-2015), una de las figuras más relevantes del movimiento Literatura de la Onda, que se desarrolló en los años 60 en México, en la Universidad de Indiana en Bloomington, donde él daba clases de literatura y ella estudiaba lingüística.
Ella buscaba un mentor para dedicarse a la literatura y se hicieron amigos. Un día él le propuso escribir juntos una novela.
Así decidieron que iban a contar lo que les sucede en una semana de sus vidas a Silvano, un funcionario que trabaja para el gobierno en Washington y a la vez vende armas ilegalmente, y a su hija Alda, de 12 años, que desconoce la doble vida de su padre.
“Alda tiene un poder intuitivo que casi parece un fenómeno psíquico. Intuye cosas sobre su familia, sobre los eventos políticos que van a pasar en el futuro, que luego en la novela ocurren, y ese es un tema central de esta obra”, explica.
Según cuenta Rojas, los dos escritores, de dos generaciones, géneros, nacionalidades y culturas diferentes, decidieron trabajar en la novela cada uno por su cuenta, él la parte del padre y ella la de la hija, ajenos a lo que escribía el otro.
Por varias muertes ocurridas en su entorno familiar y afectivo, Rojas Herman se demoró en la escritura de su parte y lo mismo pasó con Sainz, al que estando en el proceso de creación de la novela le llegó el diagnóstico de Alzheimer, del que no informó a nadie, ni siquiera a sus hijos, y después la muerte.
“Pensé que Gustavo la había terminado, pero cuando me tocó armar las dos partes seriamente, me di cuenta de que realmente él no había terminado totalmente su parte y tuve que hacerlo yo”, subraya.
Cuando Rojas analizó lo escrito por Sainz ya sabiendo que había estado enfermo no notó incoherencia o vacíos en su escritura.
EL SALINGER DE MÉXICO
Rojas señala que le pasaron “tantas cosas raras e inexplicables” durante la escritura de este libro que empezó “a creer en la magia”, algo en lo que Sainz, “una persona muy ordenada y casi obsesiva”, no creía en absoluto.
A la hora de definir al coautor de “La jamás inocencia”, al que vio por última vez en un almuerzo 2013 o 2014 cuando ella pasó unos días en Bloomington, lo hace con la palabra “radical”.
“A los alumnos que no saben nada de español y que quieren saber algo de Gustavo, yo les explico que es el J.D. Salinger (autor de El guardián sobre el centeno) de México, por su estilo, por su manera radical de escribir, de ir a contracorriente de todo, contra la gramática y las normas y por explorar temas de una manera más coloquial y más directa”, dice.
Sainz, que antes de viajar a EE.UU. había ocupado cargos en la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes de su país, escribió artículos, libros para niños y 18 novelas. La primera de ellas, “Gazapo” (1965), fue traducida a 14 idiomas.
Por su novela “La princesa del palacio de hierro” (1974) ganó el Premio Xavier Villaurrutia en 1974 y con “A troche y moche” (2002) recibió el Premio Nacional de Narrativa Colima a la mejor novela del año en México.