Nueva York, 19 abr (EFE).- El nombre de Tito Puente, del que mañana se cumpliría su centenario, evoca a los aficionados largas noches de baile en el Palladium de Nueva York al ritmo de música cubana del mambo, el chachachá, el son montuno o la pachanga, que llevó alrededor del mundo e inmortalizo en más de 100 discos.
Su muerte en el 2000 dejó a los latinos sin su rey, porque los reyes no sólo están en los palacios. Solo le faltó plantar en la luna sus timbales.
“Poco antes de morir le preguntaron a Tito qué le faltaba (por hacer) y dijo ‘tocar en la luna'”, recordó entre risas en entrevista con EFE su gran amigo Joe Conzo, biógrafo del artista, con quien mantuvo una amistad por cerca de 50 años, que plasmó en el libro, junto a David A. Pérez “Mambo diablo: mi viaje con Tito Puente” (2012).
Puente era llamado el “rey del timbal” pero tocaba varios instrumentos, entre ellos el piano, batería y trompeta, fue arreglista, director de orquesta y compositor. Tal vez su tema más popular sea el inolvidable “Oye como va” que el guitarrista Carlos Santana convirtió en éxito en la década del ’70.
“Tito era un músico completo, fue el primero que tocó el vibráfono en la música latina, que tocó para cuatro presidentes de Estados Unidos: Jimmy Carter, George Bush, Ronald Reagan y Bill Clinton”, destacó Conzo.
UN MUCHACHO DEL BARRIO
Ernesto Antonio Puente, hijo de inmigrantes puertorriqueños que se establecieron en el “Spanish Harlem” o “El Barrio” latino en el este de la ciudad, nació el 20 de abril de 1923 y fue en el barrio donde tuvo el primer contacto con la música latina que llevó como bandera.
Puente creció a pasos del Harlem, del otro lado de la Quinta Avenida, donde el jazz se paseaba a sus anchas, que fusionó con la música latina.
Desde pequeño mostró sus habilidades para la música, aunque quería ser bailarín, pero una lesión sufrida mientras corría bicicleta dio un giro a su vida. A temprana edad comenzó a estudiar piano y tocar con bandas locales.
La II Guerra Mundial y su ingreso en la Marina le obligó a un paréntesis, y tras terminar el conflicto y ganar una medalla, se matriculó en la Escuela Julliard, entonces en Harlem, donde estudió arreglos de música, entre otras materias.
En 1948 formó su orquesta “Picadilly Boys” pero poco más tarde cambió su nombre a la Orquesta de Tito Puente, con la que llegó su primer gran éxito, el mambo “Abaniquito” (1949), tras el cual se escuchó “Ran Kan Kan” y “Babarabaiti en (1951) o “El rey del Timbal” (1959), y muchos más.
Durante la época dorada del mambo en Nueva York, cuando el género que llegó a través de músicos cubanos gozaba de su más alta popularidad en los años cincuenta y sesenta, Puente reinaba en el Palladium de la calle 53 y Broadway, donde compartía con las orquestas de otros grandes: el puertorriqueño Tito Rodríguez y el cubano Frank Grillo “Machito”.
En 1979 Puente, que ganó 5 Premios Grammy, llevó su música a Japón. En 1997 recibió la Medalla Nacional de las Artes, que se sumó a una larga lista de reconocimientos.
El artista, que nunca se olvidó de su origen, grabó 125 discos, lo que no incluye las colaboraciones, y compuso al menos mil canciones, señaló Conzo.
Colaboró con importantes músicos latinos y americanos, creó una beca para jóvenes talentosos sin recursos, y dio oportunidades a mujeres en su orquesta, entre ellas Sophy, Carmen Mirabal, Celia Cruz y La Lupe y grabó un disco de jazz latino con La India, señala Aurora Flores, que no olvida que su primera tarea para la Latin Magazine fue entrevistar al artista, a quien le unió desde entonces una gran amistad.
“Puente fue un muchacho que salió de El Barrio, de gente pobre, que se destacó en el mundo, que estableció el patrón de lo que debe ser una ‘big band’ y que escribió todo tipo de música, aunque la que más que le gustó fue la cubana”, dice la autora y especialista en música latina.
DAR PROTAGONISMO AL TIMBAL
Destaca que dio protagonismo al timbal sacándolo de la parte trasera de la orquesta y colocándolo hacia el frente del escenario y al tambor, llevándolo a un nivel que antes nadie había hecho. “Tito respetaba el tambor”, afirma.
El percusionista Johnny “Dandy” Rodríguez, que le conoció por cuatro décadas, asegura que ser parte de su orquesta “fue una escuela. Por ahí pasaron los mejores y se aprendía. Él llevó la música al mundo entero y eso es algo grande para un músico latino de El Barrio. Ganó respeto mundial para su nombre”.
“Era exigente a la hora de tocar, había que respetar la tarima, hacerlo bien. Fuera del escenario era el más humilde, le gustaba bromear y era el mejor amigo”, recordó.